Marisol Pardo Cué.
Según se tiene registrado, el primer lugar de nuestro
continente en el que se celebró el llamado “descubrimiento de América” fue
Estados Unidos. En 1792, tan solo unos años después de haber declarado su
independencia, en algunas de las ciudades más importantes de la Unión Americana
se realizaron suntuosas conmemoraciones del tercer centenario de aquella
hazaña. Incluso, varias ciudades e instituciones recibieron el nombre de
Columbia y en Nueva York se erigió el que tal vez sería el primer monumento
norteamericano en honor al almirante genovés.1
Para
Antonio Rubial el hecho de que, Estados Unidos se hubiera adelantado a
Iberoamérica en la conmemoración del descubrimiento colombino, mucho más ligado
a ésta que a aquellos, se debió a que para la nación recién independizada
resultaba urgente crear sus propios hitos identitarios y su particular relato
fundacional que la diferenciara de Europa pero que a la vez la hiciera heredera
de la alta civilización y de los valores de orden y progreso tan promovidos por
la Ilustración pero con un sesgo religioso. Su intención al darle al
descubrimiento un lugar protagónico dentro de su propia historia nacional era
ubicar a Estados Unidos como el lugar donde culminaría la cultura cristiana de
Occidente, “el lugar en el que las promesas de una sociedad perfecta se
cumplirían”2. De ahí el alto valor simbólico de la
celebración. El grupo estatuario debelado junto al Capitolio de Washington D.
C., en 1844 realizado por Luigi Persico en honor de Cristóbal Colón expresa la
importancia otorgada a este personaje en la construcción de la historia oficial
norteamericana durante el siglo XIX y constituye un antecedente de los
homenajes artísticos que se harían posteriormente en el resto del continente.
En él, Colón cargando el mundo encarna a la civilización occidental y funge
como el portador de sus valores al continente recién descubierto simbolizado
por una indígena que desnuda, tímida y casi arrodillada se somete
voluntariamente al navegante con un gesto que va del miedo a la admiración.
En Iberoamérica, en cambio, el reconocimiento y la
celebración del “descubrimiento” no serían masivos sino hasta un siglo después,
en 1892, a raíz del cuarto centenario y sólo hasta el siglo XX se darían las
primeras iniciativas para hacer de ésta, una fiesta nacional anual denominada Día
de la Raza3. Evidentemente en el transcurso del
siglo XIX, muchas de las naciones iberoamericanas, durante la elaboración de
sus mitos de origen, comenzaron a tomar distancia de Europa, y en algunos
círculos empezó a germinar un creciente indigenismo que rechazaba el pasado
colonial. En México, por ejemplo, en el proceso de construcción de una
identidad propia, los ideólogos no parecían ponerse de acuerdo en qué hacer con
la herencia española y así mientras que algunos la enaltecían como la única
valiosa, otros la denostaban por completo. La posición intermedia, de creciente
eco en los círculos intelectuales, optó por rechazar la llamada “conquista
material” por su alta dosis de violencia y sujeción, al tiempo que aprobaba los
llamados “aportes culturales” que los españoles trajeron consigo (la lengua, la
cultura, la religión), contribuciones por las cuales nuestro territorio podía
ser integrado al denominado “civilizado mundo occidental”. Entonces, el
descubrimiento comenzó a ser considerado como un acto fundacional, un proceso
que había permitido la “aculturación” del indio y su evangelización; y el 12 de
octubre se vio como una ocasión más propicia para celebrar el “contacto de las
culturas autóctonas con las europeas” que el día de la Conquista, conmemorada
en la Nueva España durante la época colonial durante el famoso Paseo del
Pendón cada 12 y 13 de agosto.
En
la revaloración de Cristóbal Colón y de su llegada al nuevo mundo tuvieron
mucho que ver dos libros: la Vida y viajes de Cristóbal Colón de
Washington Irving y la Historia del reinado de los Reyes Católicos de
William Prescott (publicadas en castellano en México desde 1831 y 1854
respectivamente). Éstos, ayudaron a difundir una apreciación del
“descubrimiento” como una cruzada religiosa llevada a cabo por un héroe
romántico que tras haber luchado, con ayuda y por designio de la providencia,
para lograr el progreso de la civilización fue víctima del desprecio y el
olvido4. Ello dio como resultado que hacia la
segunda mitad del siglo se multiplicaran las representaciones tanto literarias
como plásticas sobre la gesta colombina.5
En
México, las primeras imágenes realizadas por artistas académicos para recordar
a Colón fueron 3 pinturas: una enviada por el pensionado Juan Cordero desde
Roma en 1850, y las otras dos expuestas en 1856 en la Academia y realizadas por
José Obregón y Juan Urruchi respectivamente. Las 3 exponían diferentes pasajes
que sugerían la misión sagrada del navegante: la de Cordero quien eligió la
presentación de los bienes del nuevo mundo a los Reyes Católicos (las bondades
que a ellos les eran otorgadas por haber posibilitado la empresa), la de
Obregón que representó la inspiración de Cristóbal Colón (iluminación de origen
divino) y la de Urruchi quien lo retrató
en la portería del convento de la Rábida (justo antes de conocer al franciscano
Antonio de Marchena, religioso que lo contactó con Fernando e Isabel y que, por
tanto, hizo posible, aunque indirectamente, la empresa). De este último cuadro se desconoce el
paradero.
En escultura, la primera imagen del genovés fue la
que en 1858 hiciera el profesor de la Academia, el catalán Manuel Vilar con la
intención de que se convirtiera en un futuro próximo en monumento público. Una
carta fechada en 1850 en la que éste solicita a su hermano José, que entonces
residía en Barcelona, que le enviara un retrato del capitán, nos indica que ya
desde entonces tenía en mente realizarla (junto con otra de Hernán Cortés, los
fundadores de “la patria” para los conservadores)6,
para dotar a la ciudad de una serie de estatuas de carácter nacionalista
similares a las que entonces se hacían en Europa. A pesar de que se tiene
conocimiento de que para 1853 la Junta de Gobierno de la Academia de San
Carlos, había hecho publico su deseo de erigir un monumento en honor Colón,
para lo cuál Vilar realizó varios bocetos del navegante7,
de que incluso un año después resurgió la idea con el objeto de enviar una
imagen a la exposición universal de París y de que para 1863 el emperador
Maximiliano, conocedor como nadie de la eficacia del arte como herramienta
propagandística, lo encargó a Ramón Rodríguez Arangoiti para colocar en él la
escultura de Vilar, lo cierto es que, quizá por las circunstancias en las que
vivía el país, quizá por el costo que representaba, éste no fue posible sino
hasta mucho tiempo después.8 La
escultura de Vilar, que comenzara a realizar en 1856, se vació en yeso hasta
1858 y a pesar de que en el comentario sobre la obra que se publicó en el
catálogo de la exposición donde fue expuesta, quedó consignado que se planeaba
para ella fundirla en bronce “para colocarse en esta ciudad”,9 ello no se realizó si no hasta finales
del siglo como veremos luego.
Tras todos estos intentos fallidos de cubrir de
bronce a Colón para adornar con él algún espacio público y con ello difundir su
valía en la historia del Nuevo Mundo, finalmente en 1873, el banquero y
empresario ferrocarrilero mexicano Antonio Escandón revivió el proyecto con la
intención de adornar la recién inaugurada estación de ferrocarril Buenavista y
con ello, de celebrar la terminación del camino que unía la capital con el
puerto de Veracruz.10 La idea de colocar al
“descubridor” en ese punto era adornar una de las zonas residenciales más
aristocráticas de la ciudad (en donde se habían establecido no pocos
extranjeros) y dar una peculiar bienvenida a todos aquellos forasteros que
arribaran a la ciudad de México para recordarles la inserción de nuestro país
en el concierto del mundo civilizado. A pesar de que la donación de la
escultura suele atribuirse a motivos filantrópicos, tal vez fueron más bien
propagandísticos (el padre de Escandón era español y él mismo se mudó a España
después de derrocado Maximiliano al que había ofrecido, junto con una nutrida
comisión, el trono mexicano), aunque no podemos descartar, como lo señala
alguna noticia de la época que su factura se haya debido a un encargo que le
fuera hecho al empresario desde la época del segundo imperio en pago de algún
beneficio obtenido.11 A pesar de que el señor
Escandón, en un principio, contactó a Rodríguez Arangoiti para que
reestructurara el proyecto original (sustituyendo los mares que rodeaban al
Colón de Vilar por la figura de los frailes Las Casas, Gante, Torquemada y de
Olmedo), finalmente, tal vez para no reciclar un proyecto imperial o por meros
intereses personales, se decidió contratar al escultor francés Charles Cordier,
famoso entonces por su serie de obras etnográficas exhibidas en el Museo
Nacional de Historia de París. Una vez terminada, la obra estuvo expuesta un
tiempo frente a los Campos Elíseos arribando a México a finales de 1875. Sin
embargo, no fue aprovechada instantáneamente y estuvo embodegada en Veracruz
por más de una año. Hasta ahora, los motivos de tal decisión son más bien
opacos aunque tal vez se deban a que se consideró un contrasentido elevar un
monumento a un Colón evangelizador al mismo tiempo que las leyes de Reforma
(aquellas que restaban poder a la iglesia) eran elevadas a rango constitucional
por el presidente Sebastián Lerdo de Tejada.
Después de sufrir su propia odisea, a instancias de
Vicente Riva Palacio y en pleno amanecer del porfiriato, esta escultura, al fin
fue enclavada en 1877 en el Paseo de la Reforma, muy cerca de la estatua
ecuestre de Carlos IV.12 El que
entonces fuera ministro de Fomento, se había propuesto, desde hacía un año, el
ambicioso programa de embellecimiento de la ciudad de México proyectando al
Paseo como una lección monumental de la historia patria.13
De sobra ha sido estudiada la visión conciliadora de Riva Palacio sobre la
historia, visión que pocos años mas tarde consolidaría en su México a través
de los siglos, considerado como la gran empresa historiográfica del
porfiriato y el primer libro de historia oficial de México (de hecho, él mismo
escribió el tomo sobre el Virreinato). Su postura, dentro de los debates sobre
los orígenes de la nacionalidad mexicana, se ubicaba dentro de una corriente
más bien mestizófila que se alejaba del indigenismo y del hispanismo imperantes
y que proclamaba al mestizo como el heredero auténtico de la nacionalidad
mexicana.14
Esta decisión fue avalada por algunos intelectuales
que, desde hacía algunos años, celebraban la resolución de inmortalizar a Colón
en nuestra geografía. Por ejemplo, el 23 de diciembre de 1875, justo cuando
recién desembarcaba de Francia el monumento que tendría que esperar al
porfiriato para conocer al público mexicano, Gustavo Baz escribía para el
periódico Ambos Mundos:
La posteridad, justa como siempre, ha venido a
hacer justicia a la constancia y al valor del navegante genovés. Éste ha
encontrado como recompensa a sus desgracias y a su decisión, la admiración de
todo un mundo. Su nombre es venerado por todos los pueblos de origen europeo.
Justa es esa admiración, aunque los navegantes escandinavos del siglo XII hayan
descubierto la América antes que él. A los padecimientos sufridos por Colón con
una fe profunda, con un tesón de fierro, se debe que años después la
civilización europea y cristiana viniera a establecerse a América y que en un
siglo fecundo en acontecimientos para el mundo, y cuando expiraba la Edad
Media, se completase el globo y se comunicasen entre sí todos los hombres.
Debido a la generosidad de un honorable particular, México va a pagar esta
deuda de gratitud que voluntariamente se han impuesto los pueblos de
América...”15
La colocación de la escultura en la recién
rebautizada avenida Reforma indica que desde los albores del porfiriato, los
mismos liberales en el poder eligieron propagar una versión reconciliadora de
la historia patria que incluyera tanto el “glorioso pasado indígena” como la
“valiosa herencia occidental”.
Colón fue retratado en este monumento
no sólo como el genio “descubridor” del “Nuevo Mundo”, sino, ante todo, como el
apóstol que hizo posible la educación, la “civilización” y la evangelización de
sus habitantes. La escultura presenta al navegante, de rostro joven,
agradeciendo al cielo el éxito de su empresa con la mirada puesta en el
horizonte y el brazo derecho levantado hacia lo alto. Con la otra mano exhibe
el nuevo mundo al espectador descorriendo el velo que hasta entonces lo cubría.
El globo terráqueo a sus pies descansa sobre un libro lo que da cuenta de la
revolución en el conocimiento que el nuevo saber trajo al hombre.
La figura del “descubridor” descansa sobre una
pilastra rodeada por 4 religiosos que enfatizan, como era la costumbre, el
carácter providencial del hallazgo colombino y su alta misión espiritual. A
pesar de la conflictiva atribución de las figuras, los estudios más recientes16 suelen identificarlas con:
1.
Antonio de Marchena el franciscano que
consulta las cartas geográficas y calcula a partir de las matemáticas la
distancia que separa España de las Indias. Este fraile era guardián del templo
franciscano de Santa María de la Rábida y contactó al genovés con los Reyes
Católicos a la vez que se encargó del hijo de Colón, Diego, mientras duró la
expedición. Marchena es
retratado como un científico
2.
Diego
de Deza, el dominico que busca en los evangelios si hay algún punto de
oposición con el descubrimiento de las nuevas tierras. De Deza era tutor del
príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos y confesor de la Reina. Aprobó el
proyecto de Colón en una evaluación que de él hizo un consejo de sabios y lo
defendió ante la Corona. Aquí fue retratado como teólogo.
3.
Fray
Bartolomé de las Casas, el dominico que escribe su defensa de los naturales
americanos. Este fraile fue famoso por su actitud en contra de la esclavitud y
el maltrato de los indígenas. Es retratado como abogado.
4.
Fray
Pedro de Gante, el franciscano que educa y evangeliza a un pequeño niño
indígena. Famoso por la fundación de la Escuela de San José de los Naturales
(dedicada principalmente a instruir a los hijos de la nobleza local) y por sus
numerosas protestas en contra de la explotación de los indígenas hacia el
emperador Carlos V quien, se sabe, era su pariente. Aquí aparece como maestro.
Los primeros dos colaboraron directamente en la
empresa de Colón mientras que los otros fueron reconocidos por su labor en los
primeros años del virreinato novohispano como maestros pacientes y protectores
decididos de los indígenas. El monumento subraya el protagonismo de estos
cuatro frailes (dos franciscanos y dos dominicos) y su valiosa labor en el
devenir de la historia mexicana.
Por si la inserción de estos religiosos no fuera
suficiente para mostrar el sentido teleológico del descubrimiento y su
importancia como cruzada religiosa, en el pedestal se incluyeron dos relieves
de bronce firmados por Cordier que representan: a Colón arrodillado dando
gracias a Dios por el desembarco y, el segundo, la construcción de la primera
iglesia americana en la Isla la Española. En este segundo relieve incluso la
mano de Dios, presente desde lo alto, auxilia en la edificación del templo.
Además en la parte posterior del monumento se incluyó un extracto de la carta
en latín que Colón dirigió a los Reyes Católicos, hoy ilegible, en la que
atribuía el éxito de su empresa únicamente al auxilio divino.17
El análisis iconológico del monumento apunta a que
la recurrencia a la figura de Colón por la burguesía católica y su
reapropiación durante el porfiriato se debieron al deseo de conectar el pasado
mexicano con el europeo y con ello, de proyectar a México como un país culto y
civilizado, inserto en la historia sagrada de la salvación (a pesar del
pretendido laicisismo de los liberales porfiristas). La escultura en el paseo
de la Reforma acordaba varios intereses, los de la burguesía conservadora que
la donó (y que eventualmente era a quien estaba destinado el aristocrático
Paseo que entonces iniciaba su remodelación y embellecimiento), la de una
intelectualidad mestizófila que pronto iría dominando el ámbito cultural y la
de un régimen que entonces buscaba encontrar, por fin, estabilidad política a
partir de la conciliación de diversas ideologías e intereses. Es sintomático
que a pesar de que este Colón no fue mandado hacer por don Porfirio, su
colocación en el Paseo de la Reforma si fue una de las primeras acciones de su
gobierno. El navegante dominó la avenida por 10 años pues a pesar de que la
convocatoria para los demás monumentos fue lanzada inmediatamente, la siguiente
escultura que ahí se erigió, la del “valeroso Cuauhtémoc”, no fue inaugurada
sino hasta 1887, como propaganda legitimante, cuando Díaz preparaba su segunda
reelección (la primera de forma consecutiva).
Quisiera terminar el análisis con la apreciación
que sobre el Colón de Reforma hiciera el alumno, colaborador y colega de
Vicente Riva Palacio, Francisco Sosa en El monumento a Colón. Estudio
artístico, histórico y biográfico, publicado enseguida de la inauguración
del monumento. Antes de hacer una descripción pormenorizada y exhaustiva, Sosa
hizo la siguiente observación reivindicativa sobre Colón que, me parece, muy
probablemente era la que quería ser proyectada al paseante de Reforma:
El nombre de Colón encierra para nosotros la clave
de nuestra historia; es la base angular de la sociedad en que vivimos; es a él
a quien debemos los goces de la civilización, las relaciones con los pueblos
cultos, nuestro progreso moral, en una palabra, cuanto podamos significar en el
catálogo de las naciones... nosotros, sin las preocupaciones del rancio y mal
entendido americanismo, reverenciamos a Colón y concedemos profundo respeto a
los agentes civilizadores que tras él vinieron...18
A
pesar de que, aparentemente, el documento pareciera ser una defensa a ultranza
del llamado “descubrimiento” y de sus consecuencias, era más bien una redención
de Colón y de su hallazgo, tan denostado por un amplio sector del liberalismo
radical de entonces. De hecho, la mestizofilia de Sosa era muy conocida siendo
él uno de los principales promotores del monumento a Cuauhtémoc a quien
calificó como “el primero y más ilustre defensor de la nacionalidad fundada por
Tenoch en 1327.”19
Hasta
la fecha, la figura de Colón como embajador del mundo hispano en el paseo de la
Reforma sigue causando controversia por lo que su figura, a la vez que ha
protagonizado varios homenajes continúa siendo atacada cada 12 de octubre por
algunos grupos que continúan viendo la llegada de los europeos a América como
uno de los capítulos más negros de la historia de México por la carga de
violencia, sujeción, racismo y discriminación que se sucedieron después.
EPÍLOGO.
En 1892, como parte de las conmemoraciones del IV
Centenario del Descubrimiento de América, la junta Colombina encargada de los
festejos, presidida por don Joquín García Icazbalceta, mandó fundir en bronce,
al fin, la primer escultura del navegante realizada por Manuel Vilar, misma que
fue colocada el 12 de octubre de aquel año en la Plaza de Buenavista, el lugar
donde Antonio Escandón había proyectado poner la suya. El pedestal en donde
descansa la escultura de Vilar fue construido por el arquitecto Juan Agea, sin
figuras de acompañamiento, con el escudo de Colón al frente, y las pequeñas
anclas que aparecen en un cuartel de dicho escudo adornando discretamente. A la
inauguración asistieron el Presidente Porfirio Díaz y el Ministro de España Lorenzo
Castellanos. Los discursos fueron dirigidos por Joaquín Baranda (Ministro de
Justicia) y Justo Sierra.
1 Miguel Rodríguez, Celebración de la raza: una historia comparativa del 12 de octubre, México, Universidad Iberoamericana, 2004, pp. 23-25.
2 Antonio Rubial, “De calendarios, ciclos, celebraciones y centenarios”, en Historias, Revista de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, número 75, México, INAH, enero-abril, 2010, p. 61.
3 En México, a pesar de que el desde 1892 el Congreso de la Unión había decretado la fecha como fiesta nacional, no fue sino hasta 1929 cuando, durante la presidencia de Emilio Portes Gil, se oficializó este festejo cívico con el nombre de Día de la Raza tal y como ya la había denominado Venustiano Carranza en 1917. Uno de los principales impulsores de este “bautizo” fue José Vasconcelos, el fundador del término raza cósmica (una especie de híbrido de todas las razas sin distinción que constituiría una nueva civilización) que la denominó “la fiesta grande” y sugirió que desplazara al 16 de septiembre como hito fundacional que hermanaba a las naciones iberoamericanas. Para Miguel Rodríguez, este cambio de nominación no es un dato menor pues de ser una fecha en la que se pretendía rememorar la enorme influencia biológica y cultural de España en América, pasó a ser una celebración del mestizaje que, “asimila o elimina, según los momentos, la especificidad de las culturas autóctonas, de modo que el objeto de la celebración pasa alternativamente de la raza indígena a la raza mestiza, ambas igualmente abstractas”. Si en un principio, pues, el término “raza” evocaba una comunidad espiritual de lengua castellana y de religión católica (la hispanidad) que integraba a los pueblos colonizados, con el tiempo, comenzó a servir para oponerse a esa visión hispanocentrista pasando a ser contradictorio con la hispanidad. Miguel Rodríguez, op. cit., p. 15.
4 Ibid. p. 25 y Fausto Ramírez, comentario del Colón de Manuel Vilar en Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte. Escultura. Siglo XIX, Tomo II. México, Museo Nacional de Arte – Universidad Nacional Autónoma de México – Instituto de Investigaciones Estéticas, CONACULTA – INBA, 2000, pp. 156-157.
5 Para conocer el caso de la pintura y la escultura latinoamericana de tema colombino vid. Nanda Leonardini (coordinadora), La imagen de Cristóbal Colón en el arte latinoamericano del siglo XIX a través de la pintura y la escultura, Lima, Fondo Editorial Facultad de Letras y ciencias humanas, 2008 que puede ser consultado en línea: http://issuu.com/arteperu.info/docs/la_imagen_de_colon_siglo_xix (consultado el 28 de octubre del 2013).
6 Fausto Ramírez, op. cit.,, pp. 153-154. Para este autor tal proyecto podría haber sido producto de un encargo del director de la Academia,
don Javier Echeverría, para retener a Vilar como profesor de la institución
prometiéndole una comisión de monumentos pues en 1851 debía renovar su
contrato.
7 Salvador Moreno, en su biografía de Manuel Vilar, hace referencia a un
oficio que el 10 de abril de 1853 envió don Bernardo Couto al oficial mayor del
Ministerio de Relaciones encargado del despacho, para hacerle de su
conocimiento el proyecto que incluía, además del monumento a Colón, otro a
Iturbide. Citado en Silvio Zavala, El descubrimiento Colombino en el arte de
los siglos XIX y XX, México, Fomento Cultural Banamex, 1991, p. 59.
8 En el proyecto original de Rodríguez Arangoiti el Colón de Vilar sería rodeado por cuatro grupos escultóricos que representarían los cuatro mares del nuevo continente (el Atlántico, el Pacífico, el Golfo de México y el Mar de Cortés) los cuáles serían ejecutados por los discípulos del artista: Calvo, Noreña, Miranda y los hermanos Islas empleando mármol de Puebla y granitos mexicanos. En 1871, cuando Antonio Escandón retoma el proyecto, Rodríguez Arangoiti, a petición suya, cambió la alegoría de los mares por otras cuatro figuras: fray Pedro de Gante, fray Bartolomé de las Casas, fray Juan de Torquemada y fray Bartolomé de Olmedo.
9 Manuel Romero de Terreros, Catálogo de las exposiciones de la antigua Academia de San Carlos de México (1850-1898), México, Instituto de Investigaciones Estéticas – Universidad Nacional Autónoma de México, 1963, p. 295.
10 Antonio Escandón fue un acaudalado comerciante, empresario y banquero mexicano, que junto con su hermano Manuel, en 1857, obtuvo la concesión para reanudar los trabajos del ferrocarril que conectaría a la capital con el principal puerto de entrada, Veracruz. Empezado en 1861, fue inaugurado hasta enero de 1873 por el presidente Lerdo de Tejada. Entonces, Antonio Escandón ya residía en Europa a donde emigró a la caída del emperador Maximiliano pues fue uno de sus principales promotores y uno de los industriales más beneficiados durante el segundo imperio.
11 En la nota “El Sr. Antonio Escandón y el monumento a Cristóbal Colón”, publicada en 24 de octubre en el periódico El partido liberal, el articulista aseguraba que: “cuando durante el imperio, cedió el Ayuntamiento de México a la Compañía de Ferrocarril Mexicano el terreno en que fue construida la Estación de Buenavista, en pago de dicho terreno el Sr. D. Antonio Escandón, concesionario del citado ferrocarril, se comprometió a hacer una parte de la obra del acueducto. Esta obra consistía en derribar la arquería del antiguo acueducto de San Cosme, hasta la Tlaxpana, y establecer en su lugar una tubería subterránea. Al Ayuntamiento de la capital le tocaba suministrar la tubería y al Sr. Escandón derribar los arcos y expensar todo lo demás de la obra. Pero pasó el tiempo y el municipio no daba trazas de cumplir su compromiso; la obra no se ejecutaba. El Sr. Escandón entonces se dirigió a la persona que a la sazón tenía la cartera de Fomento, es decir, el Sr. Salazar Ilarregui, y le manifestó que le era imposible cumplir con lo estipulado en el contrato que había celebrado con el gobierno, pues el Ayuntamiento no cumplía con su compromiso. Propuso entonces el Sr. Escandón el hacer en lugar de la obra que no podía ejecutar otra de utilidad pública o de ornato que el Ministerio le indicara. Partió para Europa el Sr. Escandón y encontrándose allá recibió la contestación del Sr. Salazar Ilarregui, el cual aceptaba su proposición y le indicaba que a sus expensas hiciera construir y trajera un monumento al descubridor de América. La idea de dicho monumento pertenece pues al Sr. Salazar...” Con respecto a sus fuentes, menciona: “he aquí la narración de los hechos, tal como la hemos oído de boca de varias personas que por la posición que entonces ocupaban deben estar bien informadas.” Consultado en Ida Rodríguez Prampolini, La crítica de arte en México en el siglo XIX, tomo III, México, Universidad Nacional Autónoma de México – Instituto de Investigaciones Estéticas, 1997, pp. 241-242.
12 Según Francisco Sosa el padre de don Vicente, Mariano Riva Palacio, siendo presidente de la corporación municipal en 1868 había ya propuesto, sin éxito, retomar la idea de construir un monumento a Colón. Tomado de Silvio Zavala, El descubrimiento Colombino en el arte de los siglos XIX y XX, México, Fomento Cultural Banamex, 1991, p. 20.
13 A sólo dos meses de la Inauguración del monumento Riva Palacio, entonces Secretario de Fomento, expidió un decreto donde se disponía levantar tres monumentos más el las glorietas contiguas ubicadas en el Paseo de la Reforma: uno dedicado a la conquista (con Cuauhtémoc como su heroico representante), otro a la Independencia (especialmente dedicado a Hidalgo) y otro más a la Reforma (con Juárez a la cabeza). Esta división tripartita de la historia de México prefirguraba ya la estructura de su México a través de los siglos
14 Para conocer más sobre la mestizofilia de Riva Palacios vid. Agustín Basave Benítez, México mestizo. Análisis del nacionalismo mexicano en torno a la mestizofilia de Andrés Molina Enriquez, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp.29-32.
15 Silvio Zavala, El descubrimiento colombino..., op. cit., pp. 54-55.
16 Nanda Leonardini (coordinadora), La imagen de Cristóbal Colón..., op. cit.,, pp. 93-103.
17 Según la larga descripción antes citada que hizo Francisco Sosa del monumento, la inscripción decía:
Trigésimo die postquam gradibus discessi, in mare indicum perveni, ubi plurimas insulas innumeris habitata hominibus reperi quarum omnium pro-felicissimo rege nostro preaeconis celebrato, et vexillis extenssis, conti. Adicente nemme possesionem accepi primae que carum divi salvatoris nomen imposim cujus fretus auxil lio tam ad hanc quam adceteras alias pervenimus. Citado en Revista de Sociedad. Arte y letras. México, octubre 9 de 1892, en Ida Rodríguez Prampolini, La crítica de arte, op. cit., p. 358.