lunes, 24 de marzo de 2014

Manifiesto. Oscar Oramas.

Manifiesto. Oscar Oramas.
Ogni pittore dipinge se.
Cosme de Médicis.

Todo retrato que se pinta con sentimiento es un retrato del artista, no del modelo.
Oscar Wilde.

Un buen retrato me parece siempre como una biografía dramatizada.
Charles Baudelaire.

Reflectare:  “enviar hacia atrás”, “reflexionar/meditar”. Las “reflexiones” en el pensamiento y en el espejo se designan con la misma palabra. El desdoblamiento en el espejo (o en la imagen artística) crea en quien lo descubre, de un momento a otro, extrañeza e inquietud. Porque ante la incertidumbre, ante la amenaza que implica el desconocimiento de sí y de los otros, el ser humano busca en su rostro, y también en el distinto, algo más que apariencia física. Ahí intenta rastrear algún atisbo de la personalidad, el carácter o la sensibilidad propios o ajenos.

El rostro, expresión intensa del cuerpo y del alma (o para quien mejor quiera de la psique, la mente o la conciencia), ha sido visto como el lugar en donde se revela el ser verdadero; metonimia, pues, de la persona. Y es que ésta en su integridad –exterior e interior- se concentra, se condensa, se abrevia, se sugiere en la cara. Ahí se manifiestan esencia y apariencia y por eso la famosa frase de Cicerón: “La cara es el espejo del alma, y los ojos, sus delatores”.

Siguiendo esta misma tradición Ortega y Gasset afirmó: “Nuestro cuerpo desnuda nuestra alma, la anuncia y la va gritando por el mundo” mientras que Sartre en El ser y  la nada, declaró al cuerpo como “íntegramente psíquico” y totalmente transparente: “Desde el primer encuentro, en efecto, el prójimo se da íntegra e inmediatamente, sin velo ni misterio.” Por eso son tan inquietantes las máscaras, por eso tan perturbadores los cuerpos sin rostro.

En su trabajo más reciente, reunido en su Manifiesto, el cubano Oscar Oramas se nos ofrece en una multitud de rostros, cuerpos y objetos que transitan de lo real a lo onírico. En esta serie se filtra la indagación que hace el autor sobre su propia identidad. En ella se nos revelan sus intereses, gustos y preocupaciones pero también esas pulsiones de vida y muerte que permiten al ser humano existir. En el rostro de “los otros”, en la exploración de su mirada (penetrante, huidiza o carente), en la materialización de sus obsesiones, Oramas se busca a sí mismo; tal es quizá, la indagación propia del artista en su creación. Es por ello que todas las piezas de la serie podrían ser consideradas un autorretrato. Y es que en las imágenes que conforman Manifiesto se da una especie de reflexión: ellas interrogan y sirven como un espejo en el que tanto el autor como el espectador pueden contemplarse, acción que detona el análisis. En el lienzo el pintor escudriña en las tres personas del discurso: en el tú, el él y también en el yo. Un ejercicio de autoexploración y autoconocimiento del yo a través del otro, de lo otro.




Y es que a Oramas el lienzo le sirve de espejo. Cuando éste era un objeto inusual, era considerado mágico y fue dotado de una inmensa sabiduría moral. Vinculado a la máxima socrática “conócete a ti mismo”, no sería visto como un vehículo para conocer los rasgos físicos sino para entablar un diálogo interior. Por ello se le relacionaba con la Sabiduría, la Prudencia y la Filosofía, tal como lo demuestra la iconografía. Generador de la vida moral, de autoconocimiento, debería ayudar al hombre a vencer sus vicios. El espejo mostraría simultáneamente aquello que el hombre es y aquello que debería ser; remitiría a la reflexión, a la especulación. Pronto, sin embargo, la tradición cristiana medieval comenzó a relacionarlo también con una serie de vicios enraizados en la vanidad humana. Aquel que adquiriera la costumbre de mirarse en él corría el peligro de convertirse en orgulloso y ególatra. De ahí su inclusión en las alegorías de la vanidad pero también en las imágenes de personajes como María Magdalena y en las multirepresentadas vanitas. El buen uso del espejo, según esta larga tradición cristiana, consistirá en verlo como un instrumento de conocimiento interior, reflejo de una verdad trascendente, jamás como un artilugio para deleitarse en la apariencia sensible o en las veleidades de la carne. Por eso el Ricardo II de William Shakespeare, en el momento de su deposición forzada, viendo que el espejo no le devolvía la imagen de su sentir optó por tirarlo al suelo para romperlo en mil pedazos. Sólo así éste podría devolverle una imagen convincente y satisfactoria de sí mismo.




Como el retrato de Dorian Grey, las imágenes creadas por Oramas tienen una fuerte potencia especular. En ellas la esencia se torna apariencia que evita la despersonalización, la cosificación y el anonimato diversificado en la hipertrofia de la imagen publicitaria.  Manifiesto parece nacer del enfrentamiento y desencuentro del artista con su propio yo y, acto seguido, de una búsqueda de autoconocimiento en la imagen multiplicada. Por ello resulta tan inquietante. Este ejercicio invita a pensar la subjetividad y la alteridad y a meditar sobre la identidad. Plantea múltiples preguntas, ofrece pocas respuestas y revela esas honduras del alma que convulsionan.




Manifiesto juega con los múltiples: múltiples materiales, soportes, estilos; múltiples ecos a algunos maestros que han hecho del retrato una interrogación introspectiva: Durero, el Greco, Rembrandt, Goya, Fuseli, Carriere, Van Gogh, Modigliani, Kokoshka, Schielle, Baselitz, De Kooning, Bacon, Freud… múltiples tratamientos que inciden en la descomposición, distorsión, explosión, disgregación y erosión de sus rostros y cuerpos sobrepuestos, retorcidos, roídos, animalescos, atormentados, heridos, apesadumbrados.  Aderezando, una serie de sofisticados dibujos de animales, objetos, genitales encarnan sueños y pensamientos del artista e intensifican la tensión de eros y tánatos. Su alto dominio del oficio se expresa en elementos lineales y diluidos que van y vienen dialogando con gruesas superficies de denso impasto. En la serie de trabajos aquí reunidos Oramas manifiesta su pasión y el tormento que le produce la fragilidad de la existencia humana. Sus líneas nerviosas, salvajemente ondulantes, son una prueba más de ello.







Licenciado en diseño por el Instituto Superior de Diseño de la Habana, el cubano Oscar Oramas viaja a nuestro país en 1993 para estudiar la maestría en Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, conocida tradicionalmente como San Carlos. Chilango por residencia, cuenta en su currículum con un gran número de exposiciones individuales y colectivas tanto en México como en Cuba, Estados Unidos y España.